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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Sin engaños.

Me paseo por la nada sin otra cosa que hacer que afanarme en revolver el crepúsculo y la albada en quimérica andanada de apariencias a babor. Un acorde en sol menor, coherente me zarandea, y , me agita en su volea melódica, y tricolor. Jornalero del romance que abraza a brazo partido en un prolongado aullido, cuando es fuera de su alcance el ensimismado trance de místicas reservadas a falanges elevadas de un superior coeficiente. Fantasmagórico puente que se disputa en pavadas. No se permite un respiro hasta que asoma el final: en sí mismo es su rival, tan frágil como un papiro en la mano de un triunviro, todo por no entretenerse en su disfraz,  componerse en deshacer artimañas y buscar en sus extrañas manías; y se malverse. Malos versos en verdad, en ripios que son legiones de esperpentos y pulgones, pésimos en calidad; de rabiosa actualidad tampoco, ni compromisos verificables, avisos ágrafos de vecindar

Comienzo.

No, es un modo de empezar. Quizá, como otro cualquiera. Un sí, bonita manera. Siempre, tendrás que acabar. Jamás, te vas a liar. Es posible, no me gusta. A menudo, me disgusta. Por fortuna, sólo un lance. Acaso es, sin alcance. Erase una vez, la justa. En mi gráfica aventura, de junta letras velado, soy clandestino encriptado conspirando una conjura que al pretender ser oscura sólo resulta inquietante; Por demás de extravagante que se conduce abocada, sin decir esto ni nada, a un engranaje chirriante. "Verdad es que no le pillo" dijo un día una colega; no diré que no me llega es que me hago el listillo. Yo pienso en mí, en mi castillo, más bien mesa de taberna, con una extrañeza eterna como muy trascendental, muy desgarrado, vital, ¡y se me duerme una pierna! Vaya ya pifié la rima ¡Que me he cargado el poema! Volqué la esencia del tema. Iba en retórica esgrima con las musas y mi prima -esta me intere

Un instante

Palustre, arroz y argamasa, laminillas redentoras así se pasan las horas, -limitadas, tan escasas-, para levantar la casa, el huerto y el limonero diciendo muchos te quiero mientras pasa el calendario que  tenaz, deja a diario unos cuantos no te quiero.

Monótono desinterés

Mi pobre y mocha carpeta con tanto polvo guardado -lo preciso con lo errado- sin el hilo que sujeta mi torpeza, que indiscreta abre al limbo sus secretos. Expirados los decretos, previsibles en ausencia, aflora en su divergencia con el mundo y sus sujetos. La exigua monotonía, Indisoluble rebaja, en el monto de la caja resta de su hipocresía la desnutrida alcancía, recipiente de fronteras que en espinosas quimeras concibe ruinas de afecto en este mundo perfecto al que le sobran barreras. Un irónico sentido de exactitud tendenciosa en arrebato reposa al límite del olvido, quizá lo que es perseguido no es plausible en su propuesta y en una furia indispuesta con viveza se desploma, tal que se olvida la broma por el interés que presta.

Establecido

Inhóspitos paisajes sobre un lodo de polvos que anteayer fueran laureles. Delirios extraídos en punteles auténticos de envidia y acomodo. Empeños de incapaz sabelotodo con una pretensión sin aranceles, sumido en este mundo de babeles haciendo omiso caso a Cuasimodo. Estático el valor significado que expresa la intuición en muchedumbre de ciencias y doctrinas al dictado, inmóvil por la fuerza y por costumbre -estética y retórica de estado- en una eternidad de mansedumbre.

Naderías de menú.

He guardado en los bolsillos un par de melancolías de las que vienen al pairo tras las ventanas vacías, batiburrillo de almenas taimadas de naderías, un cartapacio de auroras, cancioneros de aljamías en un reguero extrañado de apenadas biografías. Guardo y no sé bien porqué mis humanas boberías. Son sin son, son mis bolsillos: dos cribas con agujeros, crápulas y peruleros, noctívagos cual autillos piantes de caramillos. Mi fondo de armario es una fonda de pavés escudada en almidones. Más vacíos mis cajones y sin nada de interés. Un cartapacio temprano, madrugador e incompleto, a un vaivén plano sujeto apellidado fulano, sibilante y meridiano, en un embalse de asertos tan absolutos e inciertos que en una suma de picias va repartiendo caricias como quien lanza cubiertos.