Platinir.


San Jerónimo.


El Prado.

Nube de fuerte aguacero
sobre el lienzo frágil, fosca
dispersión humana y tosca
en su firme nada quiero.
No alivia ponerse fiero
sino la humilde torpeza
de todo el ser que tropieza
con su propia liviandad,
escaso de vanidad
ante la naturaleza.

Atados al triste nudo
que no explica y se hace extraña
en una épica huraña
que al fin te encuentra desnudo.
Efímero por el mudo
paisaje que reverbera
desde la oscura tronera
en un momento de calma
que atormenta pronta el alma
por lo que en sí se supera.

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