Sin engaños.
Me paseo por la nada sin otra cosa que hacer que afanarme en revolver el crepúsculo y la albada en quimérica andanada de apariencias a babor. Un acorde en sol menor, coherente me zarandea, y , me agita en su volea melódica, y tricolor. Jornalero del romance que abraza a brazo partido en un prolongado aullido, cuando es fuera de su alcance el ensimismado trance de místicas reservadas a falanges elevadas de un superior coeficiente. Fantasmagórico puente que se disputa en pavadas. No se permite un respiro hasta que asoma el final: en sí mismo es su rival, tan frágil como un papiro en la mano de un triunviro, todo por no entretenerse en su disfraz, componerse en deshacer artimañas y buscar en sus extrañas manías; y se malverse. Malos versos en verdad, en ripios que son legiones de esperpentos y pulgones, pésimos en calidad; de rabiosa actualidad tampoco, ni compromisos verificables, avisos ágrafos de veci...