Estando la tarde de Otoño.
Estando la tarde triste
sin vencejos, ni gaviotas,
ni alborotos, ni pelotas
de colores, ya no existe.
Dijiste adiós y volviste
tu extraña circunferencia.
No es mi fuerte la paciencia,
un fuego azul me consume,
me distancia, y te resume
en ruidos de indiferencia.
¿Cómo explicarnos entonces
un pecado liberal?
Sin ser inquisitorial.
Fundidos en tales bronces
confundirán nuestras onces
sin que manquen sus despensas
mal pretendidas ofensas
tiranas a tu albedrío.
Sé que es poco, más, tu brío
mina es en sus defensas.
Quizá, adoquín y ladrillo
en hilera, como hormigas
sorteando las ortigas.
En tela de algodoncillo
construyéndonos de autillo.
Mientras seguimos mirando
como el paso va dejando:
rutinas, pactos y arreglos
en tumulto, desarreglos.
Y tú y yo de contrabando.
Quise escribirte mi amor…
Mis versos apresurados
otra vez llegan cargados
de rueca y devanador.
Lanas de todo color
Y silencios coautores,
Cómplices, exploradores
en este andar sorprendente
contigo y contracorriente,
¡Se me olvidaron las flores!
sin vencejos, ni gaviotas,
ni alborotos, ni pelotas
de colores, ya no existe.
Dijiste adiós y volviste
tu extraña circunferencia.
No es mi fuerte la paciencia,
un fuego azul me consume,
me distancia, y te resume
en ruidos de indiferencia.
¿Cómo explicarnos entonces
un pecado liberal?
Sin ser inquisitorial.
Fundidos en tales bronces
confundirán nuestras onces
sin que manquen sus despensas
mal pretendidas ofensas
tiranas a tu albedrío.
Sé que es poco, más, tu brío
mina es en sus defensas.
Quizá, adoquín y ladrillo
en hilera, como hormigas
sorteando las ortigas.
En tela de algodoncillo
construyéndonos de autillo.
Mientras seguimos mirando
como el paso va dejando:
rutinas, pactos y arreglos
en tumulto, desarreglos.
Y tú y yo de contrabando.
Quise escribirte mi amor…
Mis versos apresurados
otra vez llegan cargados
de rueca y devanador.
Lanas de todo color
Y silencios coautores,
Cómplices, exploradores
en este andar sorprendente
contigo y contracorriente,
¡Se me olvidaron las flores!
Comentarios
Un abrazo.
Un fuerte abrazo, amigo.
No se necesitan flores si las décimas florecen esplendorosamente.
Abrazos.
Es que están ahí con su música y su ritmo a mí se me van apareciendo.
Gracias.
Y la voz ahora estropeadisima por el catarro.