Novena, nueve.

No sé la razón, pero  me acordé de las retahilas que tuvimos que recitar para aprendernos ríos y tablas de multiplicar. Las tablas de multiplicar por sí mismas constituían  un mantra matemático que automáticamente te transportaba a mundos de ensueño, cuando no directamente a dormirte en esas tardes de noviembre despúes de haber comido lentejas. "Que tienen mucho hierro" dice mamá, yo diría que es plomo por el sueño que daban.

De tabla a cantinela, de ríos y otros accidentes geográficos patrios, de cuentos seriados. La hormiga tiene mucho que decir y algo menos la cigarra. A la cigarra se la escuchaba el verano y la hormiga...se la escucha menos pero es más persistente por gregaria.

Al diez y al nueve no sé si le acompañarán el ocho y sucesivos. He empezado por el diez, para acabar en el cero, más que nada por no tener que escribir una décima al trece mil doscientos cuarenta y nueve. O al infinito, al infinito si que se le han escrito, hasta tratados completos de filosofía y ciencia. Pero al trece mil doscientos cuarenta y nueve, no; no resulta muy apto con sus dieciseis sílabas par componerle églogas, quizá sea digno de un relato.

De momento el nueve.




Novena, suena a costumbre


rogatoria y huele a incienso.

A las nueve callo y pienso,

canta el cuco -valle y cumbre-

bulerías de la lumbre

-roncas- de la luna nueva.

Vía principal su prueba.

El número de la dama

de corazones y cama

sinfónica que te eleva.

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