Con ganas de ser poema y se quedó en objección.

Hoy he visto la tarde dormida de nuevo. He profundizado un poco en las grandes simbiosis entre los adjetivos y las amapolas. Me han correspondido veintisiete participaciones en la pintiparada lotería de las divisiones ultramundanas. Un sol rojo, muy rojo, se deslizaba, se encogía como una pequeña araña por la montaña. No me está permitido, pero lo hago, encadeno uno a uno los fragmentos del firmamento y las porciones me salen sin proporciones, en la medida que no se ajusta. Cuanta razón tenía quien me lo dijo. “Tú no aflojes, ni te embeleses, ni te permitas, ni menudees, dosifícate muchacho. No seas cosa. No te importe si las estrellas son parte de una calcomanía o están colgadas de un hilo de seda y al final de ellas hay un anzuelo y un gran pez espada esgrime su florete contra el dueño del almacén”. Yo al final quise contestarle esto: sepa usted muy señor mío que todas las hipótesis hay que demostrarlas, si no, no, no pasan de ser meros intentos de motejar las ciencias y los espíritus. El fantasma cruzaba las puertas del sanedrín. Pero pidió permiso. Se lo daría el gran chambelán. Hoy también he comprendido el seudónimo de los actores de la gran escena matemática. Ya sabe usted, lo dijo Pitágoras, nada deja de estar sujeto a la dictadura de los números primos. Incluso hasta a los otros números parientes, tíos, cuñados y demás familia cabalística. Pregunte usted por ahí si se aman el diecisiete y el treinta y uno. Es como ya supone el periclitado y ancestral romance de la numerología, sin acritud, sin errores, ni falsas expectativas macroeconómicas. Requiere, este laberinto, cierto orden lógico que emane de la gran autoridad de quien la ostente en el momento de preguntar. ¿Sabía usted que los generales en la Gran Guerra repartían medallas de chocolate y gas mostaza? ¡Qué plato gastronómico más raro! Todos ellos fueron premiados con la gran olla podrida de la carne tumefacta. Prodigioso adelanto para la humanidad. La cantidad de salsas que se extraen del músculo de las trincheras. Pernil de soldado raso a la espalda, lomo de infante de marina con escalibada de putrefacción a las finas hierbas. Pues sépalo usted que todo eso ha sido superado con creces por los estupendos rancheros a lo largo de lo que resta de siglo y no puede siquiera imaginar a lo que podemos llegar. Piense o mejor no piense mucho que le saldrá agua por las mejillas como a los quemados en Hiroshima. ¿Y qué me dice usted de otros millones de platillos preparados con la ideología de los confundidos? Por no hablar claro está del revuelto de humanidad inmisericorde y fanatismo al amonal, el trinitrotolueno o el tan recurrente y repetido barreno de dinamita. Y pensar que esto tuvo vocación de poema. Al fin nada de esto pasa, vivimos como ya sabe usted un mundo idílico, o ¿era etílico?. El camino que se ha trazado la humanidad seguirá de un modo u otro, seguiremos destruyéndonos sin sentido del ridículo. En nombre de.... da igual, en nombre de todos los grandes nombres.

Comentarios

Enrique Sabaté ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Caminante ha dicho que…
En nombre de la economía... camuflada en variopintas excusas.
Ahora... un abrazo. PAQUITA
ybris ha dicho que…
Ahora es tanto objeción como poema.
El triste poema objetor de la estupidez humana perdida en guerras tildadas de gloriosas pero siempre teñidas de sangre de los que no las quieren.

Abrazos
Amparo ha dicho que…
Pues este poema con ganas me suena a una intensa dramatización.
La simbiosis entre adjetivos y amapolas es el color rojo.
Respira.


Saludoss de tormenta

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