Neo-nada. Mis sandalias.



Yo era yo, o eso pensaba, primitivo
un lobo en la caverna sin futuro,
un lábaro de palo un cuaternario
tan gélido y logrero como un cuervo,
un tronco sin la luz del estilita
anímico patrón de mis tormentas,
el tópico trampero que acechaba
miseria y recorrido a un mudo ultraje
implícito en mi solo deterioro
ajado por el aire y los diluvios
y el seco chaparrón de arena y furia
que muerde y descalabra mis costados
y mata en el confín de los muñones
sin vuelta de advertido ni expediente  
traído en el orgullo de las líneas
que arañan en mi piel cardos y rocas
allá donde hacen nido los etéreos
gritones que sustentan mi apetencia
 de riscos y de huecos artificios
sujetos a la tierra en la que nacen
la planta y el color que es tan confuso
tan alto y vertical tan ampuloso
que me hace zozobrar  antagonista
en este umbral que alarga el horizonte
y apaga y determina y me revienta
si no sé qué he de hacer  que me defina
que solo soy de hierba que en el agua
se deja convencer por la corriente
y nada es más oscuro que el estuche
que a golpes de dolor me habrá engendrado;
el rostro que concibe un mal urdido
que ejerzo en la rapaz y falsa argucia
de una divinidad que es el ingenio
que ata a una inicua preeminencia
dispuesta a conseguir  bien y prestigio
a costa de otros míseros ingenuos

que ofrenden su trabajo por mi magia. 

Enrique Sabaté. 26 de enero de 2015.

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